Como bien indica el título, el control de poblaciones solo surge cuando todo, desde un principio, va mal. Para empezar, la naturaleza está siempre en equilibrio, las especies se controlan unas a otras y nunca hay exceso de ningún animal. Cuando hay muchos depredadores, disminuye la población de presas y los depredadores tienen menos alimento y mueren de hambre; cuando hay muchas presas, los depredadores tienen más alimento y se comen a más presas, y así se tiende al equilibrio.
Cuando la población de uno de ellos se altera, todo el ecosistema se desequilibra. |
Hay diferentes formas de evitar la exterminación: reintroducir a sus depredadores naturales en las áreas desequilibradas, poner más vigilancia en vehículos y viajeros para evitar la introducción de especies foráneas, impedir su reproducción mediante castración... Personalmente, la opción que más me gusta es la primera ya que se hacen un bien enorme, al reequilibrarse el ecosistema, algo muy necesario para el mundo humanizado actual porque hemos alterado la mayoría, por no decir todos, de los ecosistemas.
Pero, ¿dónde está el problema? Pues en que no queremos vivir rodeados de depredadores que, aunque hagan un favor al ecosistema, pueden amenazar la seguridad de las personas de la zona. ¿Cuántas veces ha cundido el pánico por un carnívoro hambriento y desorientado cerca de una ciudad? Esto puede hacer que la gente se muestre reticente a repoblar zonas con estos animales.
Por otra parte, la castración también es muy importante para, por ejemplo, reducir o acabar con las comunidades de gatos asilvestrados que a veces se generan cerca de zonas urbanas sin tener que exterminarlos, algo a lo que muchos se oponen por la crueldad de la acción.
Y, por último, se encuentra la erradicación de especies invasoras, que suelen adueñarse de un ecosistema ajeno a ellos porque tiene unas condiciones propicias para ellos y terminan desplazando a las especies locales, como es el caso del conejo y la oveja en Australia, donde ya son una plaga.
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